Había escrito el artículo de senderos ideales para recorrer en otoño y haciendo algunas cuentas, ¡no había vuelto a la zona del Frey desde hacía un año! Un sacrilegio.
El golpe de memoria venía justo a tiempo para la época. No solamente podría caminar bajo ese bosque en otoño, además podría intentar de nuevo la visita a la aguja principal del Catedral o “la princi” como le dicen quienes le tienen más confianza.
Todos y todas al Frey
A las 9 de la mañana, el estacionamiento del cerro Catedral estaba colmado de vehículos. Y claro, un sábado de abril con un pronóstico impecable, varios tuvimos la misma idea.
Ya en los primeros kilómetros del recorrido, a medida que el sol subía, se escuchaba el ruido de las gotas de la escarcha derritiéndose y algo parecido me pasó a mí.
No, no te asustes. No me derretía, pero con el aumento de la temperatura fui guardando la campera y después el buzo en la mochila hasta quedarme solamente con la remera. Pero en la parte de atrás del cerro, en las sombras del valle, el aire de la mañana seguía helado y tuve que abrigarme de nuevo.
Así es caminar en estas épocas de transición. En cada vuelta del sendero puede subir o bajar la temperatura abruptamente.
¿Y el otoño?
Ahí atrás, en el valle del arroyo Van Titter, encontré el otoño que fui a buscar. Ahí el bosque es más alto que en la ladera norte y las hojas de los árboles lo cubren todo, desde el suelo hasta sus copas, todo de amarillo y rojo.
Quizás el punto más fotogénico de esta subida es el cruce del puente sobre el arroyo. ¿O será el entorno alrededor de lo que queda del refugio Piedritas?
Ya casi que no importaba, estaba sumergido, inundado de colores y olores a bosque, tierra y montaña.
Los sábados a la mañana, distintos senderos de la zona son usados por corredores de montaña. En este caso, mientras yo subía, en sentido opuesto empezaron a bajar varias mujeres corriendo, en lo que parecía un entrenamiento de trail running.
Cuando llegué a la última parte del bosque, donde están las lengas más bajas, el sol ya se asomaba por encima del filo del Catedral y todos los colores del valle se encendieron a un nuevo nivel.
En la zona del refugio Frey había muchas personas y estaban repartidas en grupos en distintos lugares. ¿Adiviná que hice?
Sí, me escapé. Sólo me detuve para avisar en el refugio que seguiría camino hacia la aguja principal.
La calma era tal que se escuchaban voces y conversaciones en distintos puntos alrededor de la laguna. ¿La laguna? Un espejo.
Siguiendo la margen occidental, llegué hasta la señal que indica la ruta hacia el col Parótida. Este collado tiene al Pico Bara al Este y el resto de las agujas del Catedral al Oeste.
Pero, en poco tiempo dejé de escuchar todas esas voces. Había entrado en ese túnel de silencio donde sólo se escucha el golpeteo del corazón.
Ingreso al templo
En el ascenso desde el col Parótida hasta la aguja principal se va pasando por distintas salas.
Y aquí es donde el nombre del cerro viene justo para lo que quiero transmitir. O lo que quienes le pusieron el nombre, en realidad, imagino que sintieron.
Con la mano apoyada en alguna pared de granito, intentando elevar la mirada y llevarla a todos los detalles, empecé a encontrar la conexión entre la naturaleza y el arte.
Ojo, no sé nada de arte ni de su interpretación. Pero en ese lugar, muy quieto y admirando esas inmensas torres, pensé que quizás el arte sea nuestro intento de imitar lo que vemos y sentimos, sobre todo estando en un lugar así.
La comparación más sencilla que se me ocurre ahora es con un recorrido por un templo. Sí, una Catedral. La primer sala de este tour puede ser entre la aguja M2 y El abuelo con el valle del Campanile a un costado.
Siguiendo con la analogía, aquí también empiezan a verse algunos confesionarios o recovecos más fríos y en sombras, construidos por rocas apiladas y formando alguna cueva.
Si el objetivo es la aguja principal, hay que buscar las pircas que nos llevan al oeste, a la derecha.
El año pasado hice este mismo recorrido pero seguí las pircas hacia la izquierda del filo y me quedé mirando la aguja principal desde muy lejos. Apareció un abismo adelante mío que me obligaba a desandar el recorrido. Ya era muy tarde para volver a intentarlo y aquella vez bajé a la laguna temprano.
Así que ahora, hacia la derecha del filo, encontré el rumbo correcto y seguí bien pegado a las paredes. Por momentos sobre escalones angostos y con la mano apoyada en el granito.
Subiendo y bajando, siempre a los pies de paredones con el vacío del valle del otro.
Hay realmente poco desnivel hasta llegar a un mallín donde confluye la vertiente que baja desde los pies de la Principal. Es el lugar para cargar agua y aire, antes de la subida.
El día seguía muy tranquilo y en el descanso, tuve la vista a la laguna Schmoll del otro lado del valle. Parecía pulida y brillante en tonos verdes y azules.
Voces desde el cielo
En ese silencio tan profundo escuché de nuevo voces. Esta vez se sentían mucho más cercanas pero no encontré personas a mi alrededor
Inicié la trepada final hacia el filo sur, pisando arena suelta entre enormes rocas apiladas a un lado y otro.
La subida se va haciendo cada vez más vertical así que fui haciendo un caracol de un lado a otro. Finalmente, llegué al filo y hacia el otro lado apareció el valle que separa el Catedral del cerro Claussen y que desemboca en el lago Gutiérrez.
Pero elevando la vista, tuve el reencuentro con el que buscamos en cada filo o cumbre. El que nos dice que no importa cuánto nos haya costado llegar ahí o que tanto hayamos recorrido, seguimos estando en casa.
La vista al cerro Tronador siempre marca un hito. Y sobre todo desde este filo, enmarcado por columnas.
La Principal
Para un mortal como yo, la aspiración era acercarme todo lo que pudiera a su base. Al último lugar posible antes de empezar a necesitar cuerdas.
Creo que lo hice y fue cuando pude distinguir bien claro a un grupo de 4 personas en alguna de las aristas de la torre, diminutas, casi en el cielo. Esas eran las voces que había escuchado y no podía encontrar.
Recorrí el área buscando los paisajes e identificando las cumbres vecinas. Fascinado por las panorámicas, el lugar no es fácil de recorrer. No se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Me refiero a perderse en el paisaje y caminar al mismo tiempo.
Hacia el sudoeste y hacia abajo está el valle que desemboca en el lago Gutiérrez y la pared mas cercana es la del cerro Claussen. Más atrás se adivinan los cerros que rodean a Jakob, el cordón del Inocentes, Navidad. Más atrás el Cristales y ya, de fondo, el volcán Puntiagudo.
Hacia el norte, desde la laguna Schmoll, Catedral, Bellavista, la isla Victoria y los cerros del Cuyín Manzano. Y hacia el este, algo de Bariloche y la estepa.
Encontré una gran roca lisa que me sirvió de balcón. Debe tener unos 5 metros cuadrados casi planos donde dejé la mochila y me recosté para almorzar. No soy de quedarme quieto así que enseguida fui saltando y pasando de un lugar a otro, con un sandwich en la mano.
Con semejante día y lo impresionante del lugar me costó también abandonarlo.
Puse a grabar en wikiloc el descenso y llegué de vuelta a la laguna cerca de las 5 de la tarde.
No corría nada de viento y el sol ya dibujaba las sombras de los contornos filosos del Catedral. Todo el área seguía colmada de gente. Algunos continuaban llegando a pasar la noche y otros, como yo, seguían camino hacia abajo.
Muchas personas sólo pasan por acá con el tiempo apenas suficiente para incorporar tanta belleza. Incluso, a lo mejor lo hacen una vez en la vida.
Así que tengo que reconocer y agradecer que soy un privilegiado. Que puedo recorrer, conocer, descubrir y redescubrir estos lugares constantemente.