Cerro Puntudo en Fortín Chacabuco

Salida desde Rincón Chico

Estacioné en la bajada al río Limay en la zona de Rincón Chico, sobre la ruta 237. El ingreso al sendero hacia el cerro Puntudo está del otro lado la ruta, pasando una tranquera que puede abrirse sin problemas.

A partir de ahí empieza un sendero bien marcado que sube ingresa a una amplia depresión entre pendientes. No me animo a decirle valle.

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Vista a la ruta 237. Al fondo el Lago Nahuel Huapi

En este inicio, el recorrido es casi plano de norte a sur, hasta que se gira con decisión al oeste. Allí trepa y entra, ahora sí, a un amplio valle de estepa.

Los faldeos de los cerros vecinos aterrizan suaves en el valle. Cubiertos de amarillo, contrastan perfecto con el cielo celeste.

Continúa una línea estrictamente recta que copia un alambrado y apunta directo a la base del cerro que marca el final del valle. Toda esta huella baja en una pendiente muy leve.

La vista sólo necesitaba de un marco.

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La ruta al cerro Puntudo en Fortín Chacabuco

Se abrió un paisaje interminable, donde pastaban vacas a un lado y corrían guanacos y ciervos al otro.

El aire fresco y el sol también ayudaban con otras pinceladas. Desde el este, inundaban los sentidos, traía mugidos y silbidos de algún pajarito.

Siguiendo el track de Mario (cuando no), esta vez preferí desviarme y seguir una huella vehicular que me llevaba directo al pie del cerro. ¿Por qué? Por nada en particular, simplemente investigar otro recorrido.

Son las ventajas y las tentaciones de la estepa.

Aunque nada de la estepa nos quiera ahí. Ni las espinas de sus plantas, ni el viento, ni los alambrados.

Es un lugar con posibilidades infinitas. El recorrido puede ser tan antojadizo como el viento.

Evidentemente estaba caminando sobre un área incendiada hacía muy poco. Ahora los pastizales eran oscuros y sólo asomaban algunos brotes de color verde.

La huella que había tomado iba desapareciendo a medida que se acercaba al arroyo Corral. Desde ahí, bajé un pequeño barranco y llegué al borde del arroyo.

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Vista al cerro Puntudo desde el valle

La primavera se veía en el caudal ruidoso de agua helada. Fue inútil buscar un cruce. Con las botas en la mano, caminando deprisa y con algo de dolor, crucé en una zona ancha y de poca profundidad.

Allí empieza la subida sin rodeos. Desde abajo, decidí apuntar a un ciprés solitario más arriba, en el faldeo del cerro. Y una vez ahí continuar en un zigzag hasta la cumbre.

La mirada en el suelo, evaluando siempre la pendiente y pisando entre Neneos, cuevitas y rocas. Buscando un espacio libre de tierra suelta, sintiendo las cosquillas de los coirones en las piernas.

Los descansos eran siempre volviendo la cabeza hacia el valle, poniendo los brazos en jarra y enderezando el cuerpo buscando una bocanada de aire fresco. O pasando la mano por las hojas pegajosas de alguna Paramela, para sentir su perfume fresco.

Cumbre

Por mucho sol y primavera que hubiera en el aire, en la cumbre la brisa era decididamente fría. Así que algo abrigado, almorcé un bocado a cada lado del cerro.

Una cruz de madera bastante grande estaba tirada entre alambres vencidos. Bajo la pirca de la cima, estaba la lata roja del Club Andino Bariloche. Adentro, una bolsita de nylon transparente contiene una libretita negra y algunos lápices y biromes.

13-10-24 Janis estuvo acá

Las primeras líneas tenían fecha del 2003. El viento movió algunas hojas de la libretita y reconocí un nombre: Diego Vallmitjana.

Otros capítulos de la libreta tenían anotaciones en italiano o inglés. ¿Puede ser que por estos lugares pasen más extranjeros que locales?

Te voy a dejar el link a Peakfinder, con la descripción de los cerros que se distinguen desde la cumbre del Cerro Puntudo de 1639 msnm.

Para simplificarlo un poco, al oeste del cerro Puntudo continúa un amplio lomo que termina en el cerro Cuyín Manzano, con una suave pendiente blanca hasta su cumbre.

Yo los conozco, son 8 los monos

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Vista al sur desde la cima del cerro Puntudo

Al sur, los sospechosos de siempre.

Alineados en una fila de reconocimiento, identifiqué desde el cerro Capilla, Tronador, López, Goye, Bellavista, Cuernos del Diablo, Negro, Catedral hasta el Ventana. Entre el cielo, el lago y la nieve, estaban teñidos por un aura azul y blanca.

Bueno, sí, hay mucho más que ocho.

Al este, podía disfrutar de la vista al valle que acababa de recorrer y algunos pocos conocidos por esta zona. El cerro Villegas, el Borcoli, y de vista solamente al cerro Teta y Anecón Grande.

Decidí copiar algo del track de Luca para el escape desde la cima. Bajaba hacia el norte pasando por debajo del peñón rocoso que acompaña la cumbre del cerro Puntudo. Por ahí, abajo del peñón, hay un amplio alero, casi una cueva, que todavía tenía un poco de hielo. 

Pasé desde el faldeo del este al del norte por una huella bien marcada sobre el pastizal. Casi que haciendo equilibrio en la intensa pendiente que la cruzaba.

Ya del otro lado, el descenso no es para nada amable. Roca desgranada con mucha pendiente hace que cada paso sea un peligro. ¿Dónde dejé el casco nuevo? Ah, si, está colgado en casa.

Y el descenso final hasta el arroyo tampoco es fácil. Sin senderos, la pendiente continúa pronunciada y la vegetación de la estepa complica cada paso. Mirando la inclinación del track que grabé en esa zona en Google Earth, hay lugares con 40%.

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Captura del perfil de elevación de la ruta al cerro Puntudo

Con las rodillas al límite llegué de nuevo al arroyo. Lo crucé lo más rápido que pude para sorprender al frío. 

Reset

Aunque una vez del otro lado y ya descansando sobre una piedra, aproveché a remojar las piernas y refrescarme la cabeza. Ya conocés esa sensación de llenar las manos de agua y resoplar frotando rápido la cara, el pelo y el cuello.

Con los pies en el arroyo, el agua ardía sobre las pantorrillas lastimadas. No, los pantalones cortos y la estepa no combinan.

Es como un reset. El agua se lleva tierra y transpiración y aunque algunas partes del cuerpo ya duelan demasiado, queda esa sensación de frescura, de tarea cumplida.

No, no había cortado el pasto en casa ni terminado algún arreglo pendiente. Hace mucho que le esquivo a todo eso.

Esta vez, no hubo caídas ni golpes. No perdí, ni rompí nada del equipo.

El sol entraba con un rebaje de cambios en la última curva del día. Las revoluciones subieron el calor de la tarde.

Yo, inclinado hacia adelante, las manos sobre las rodillas y la cabeza baja, el reflejo del sol sobre el río me enceguecían. Por la nariz bajaba goteando el agua desde la cabeza.

Analizando la hora del día y el cansancio acumulado, hice un acuerdo con mis rodillas: regresar por el camino corto. No era otro más que el ya conocido. No arruinemos este díazo.

Y menos mal que tomé esa decisión; en poco tiempo iba a costarme mucho esfuerzo la más mínima diferencia de altura en el camino.

Llegué de nuevo al estacionamiento del auto con el sol entrando bien horizontal por las ventanillas, cerca de las 19hs.

No había visto a otra persona desde las 9 de la mañana.

La ruta de regreso a casa era una fila interminable de vehículos.

¿Sería posible levantarme al día siguiente para volver a la oficina?


Acá te dejo el track que grabé y está en Wikiloc. Tené en cuenta que empecé a grabarlo desde un desvío del track de Mario Prastalo. Otro cambio fue el descenso intentando copiar el track de Luca.

El recorrido completo está cerca de los 20 km. y me llevó desde las 9.30 de la mañana hasta las 19.30hs..

Si bien encontré el arroyo Corral y algún que otro arroyito más, no tomé agua de ahí. Recordá que en la estepa el agua corre en compañía de muchos animales.

Entiendo que el recorrido transita por espacios de la Estancia Fortín Chacabuco. No encontré a nadie a quien pedir permiso para pasar.

Ya sabés que, más allá de que la tierra tenga dueños o no, hay que cuidar todo el entorno. No solamente respetar el ambiente llevándote toda la basura (yerba y frutas incluida) sino también cuidando los alambrados y tranqueras que haya que cruzar.

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