Salí con la idea de subir un cerro que se llama Mar de Piedras, en la zona de Laguna Ilón. Tenía casi todo listo: mochila y equipo, pero la motivación estaba flaqueando.
Y ya sabés: cuando la pendiente se pone intensa, sin motivación se hace el doble de duro.
Apenas empecé a ganar altura, la nieve se encargó de poner un límite. Sin senderos y con obstáculos en todos lados, pendientes cubiertas, resbalones y pozos hasta la cintura me dejaron claro que no iba a llegar a la cumbre.
Un detalle: el intento lo hice en pleno invierno. Atípico, sin la nieve de otros años, pero invierno y sus reglas al fin.
La opción fue dar marcha atrás y terminar en un mirador muy visitado, la Mirada del Doctor. Un lugar lindo, sí, pero muy lejos de lo que buscaba.
El día tampoco ayudaba. El cielo era gris, plano, sin luces ni sombras. Nada que invite a sacar la cámara ni a quedarse demasiado tiempo.
Para alguien que sale a la montaña a buscar momentos, luz, sensaciones distintas… la pregunta empezaba a tomar fuerza: ¿para qué?
Sin motivación para la cumbre
Aclaro que no me mueve la idea de tachar cumbres como si fueran logros en una lista. Lo que me importa es que el camino tenga sentido, que haya vistas o detalles que inviten a frenar, sentarse y quedarse un rato.
Ese día no había nada. Todo estaba cubierto, sin horizonte, sin recompensa visual.
Y mientras avanzaba en la nieve, con cada paso pesado, me repetía: ¿para qué?
¿Vale la pena tanto esfuerzo si no hay un instante que lo justifique?
El desencuentro con el registro de trekking
La ironía es que todo esto había empezado antes, con el registro de Parques Nacionales. Quise anotar la salida unos días antes, pero la plataforma bloqueaba la zona por “vientos fuertes”.
No había un solo pronóstico que indicara viento.
Terminé perdiendo un día radiante, de sol perfecto. Y cuando por fin habilitaron el registro, el fin de semana se transformó en un gris plomo aplastante.
No tiene nada que ver con haber llegado o no a la cumbre —la nieve iba a estar igual—, pero sí condicionó el ánimo. No llegué por la nieve, pero tampoco por un formulario.
Y aquella pregunta me perseguía en todos los planos: en el esfuerzo físico, en la frustración con el registro y en la falta de motivación.
Un video con sabor a melancolía
Ya ves que había muy poco para mostrar. Cuando puse todos los clips de video en el programa de edición torcí la boca.
El resultado fue un video con un tono más apagado. Sin grandes paisajes despejados ni una cumbre conquistada. Apenas un intento, una renuncia y un cierre a medias.
Aun así preferí reflejar lo que sentí. Aunque no lleve a ningún lugar épico, quizás sirve para mostrar este lado del trekking: el lado que conocen quienes salen seguido a caminar.
A veces lo único que queda es el cansancio pegado al cuerpo y la ropa húmeda. Nada más. No hay cumbre ni recompensa.
También busqué plantear esta incógnita: ¿hasta dónde insistir?
Porque lo pensé mucho. Desde la planificación, descartando el plan A y el B, hasta en la subida misma, cuando no podía avanzar y buscaba alternativas. Sopesando el cansancio, midiendo el esfuerzo, calculando las horas de luz.
¿Lo estoy intentando realmente o me estoy dejando vencer por el gris que me rodea?
Quizás por eso los mensajes que recibí después fueron de aliento, como si del otro lado hubieran entendido que, a veces, la montaña no ofrece lo que uno quiere.
Quizás esta duda no sea solo de la montaña. También aparece en otros ámbitos: proyectos que no avanzan, planes que se desarman, esfuerzos que no traen la recompensa esperada. Ahí también surge la misma pregunta: ¿hasta dónde insistir, y cuándo es mejor soltar?