Algún desvío del sendero me dejó, desprevenido, en un sector cerrado del bosque, con muchas ramas tapando el suelo, sin un rumbo claro. Y mientras estaba detenido y buscando un indicio para seguir, lo ví.
Pero él ya me estaba mirando a mí.
Este es solamente un relato de mi experiencia. Este sendero no figura habilitado por parte de Parques Nacionales y lo recorrí bajo mi responsabilidad.
No te recomiendo seguir este recorrido.
El brazo Huemul
La ruta 40, en el tramo que une Bariloche con Villa La Angostura, pasa junto al brazo Huemul del lago Nahuel Huapi. En el extremo del brazo se levanta el cerro Monjes (o tres Monjes).
Y sí, cada vez que paso en auto por ahí se siente la presencia del cerro. Cuando las curvas lo permiten, inclino la cabeza cerca del parabrisas y levanto la vista.
Ahí está el cerro que me esquiva la mirada justo a último momento.
Este sábado pasado decidí que nos íbamos a ver las caras, frente a frente. Bueno, en realidad, si él quiere. Tampoco me voy a hacer el cocorito con un cerro de 1500 metros.
La veranada
A las 9 de la mañana estaba pidiendo permiso a unas personas a caballo en el predio de la comunidad mapuche del Lof Kinxikew. Eran varios hombres muy mayores y otros más jóvenes llevando ganado a la veranada.
Entre los ruidosos mugidos de las vacas y sus terneros y con todas las personas alrededor mío subidas a caballo, costó encontrarme en la mirada con alguna.
– Mirá, el sendero no está habilitado, pero no te puedo prohibir el paso.. Así que si te pasa algo…
Messirve. En realidad lo pensé, pero no lo dije: ese choque de mundos iba a hacer que me miren con desconfianza. Y hasta ahora el trato había sido muy amable. ¿Para qué generar un entrecierre de ojos de una persona a un metro de altura y un rebenque en la mano?
– Listo, no hay problema. Yo me hago cargo. – contesté.
Me pidieron mover el auto para que las vacas pasen hacia la ruta y pasé al predio.
Sólo voy a decir que en ese breve instante, sentí el contraste entre estas personas que trabajan los 7 días de la semana en tareas que requieren tanta fuerza y constancia y mi pasos tímidos con mi mochilita de trekking asomando un bastón para ayudarme en mi paseo de sábado. Un tierno.
Trekking al cerro Los Monjes
Los primeros metros se mueven por los caminos internos del camping. La pendiente es prácticamente nula pero con un cerro tan vertical y tan cerca no me hacía ilusiones de que fuera un sendero sencillo.
En poco tiempo tuve que sacar la ruta del celular y empezar a adivinar dónde poner el siguiente paso. Hizo falta mucho zigzag para disimular la pendiente.
Después de superar una primera parte con desnivel de costado y tierra suelta, me sorprendió la aparición de un bosque frondoso y oscuro de ñires y lengas.
Las últimas caminatas que hice fueron en la zona seca de la estepa y estos olores frescos de un bosque a la mañana empezaban a encajar todos los componentes de un día inolvidable.
El cerro y su pendiente finalmente se manifestaron a fondo. Cada paso era cortito, con presión en las pantorrillas y los cuádriceps.
Algún desvío del sendero me dejó en un sector cerrado del bosque con muchas ramas tapando el suelo y sin un rumbo claro. Y mientras estaba detenido y buscando un indicio para seguir, lo ví.
Pero él ya me había sentido antes. Calculo que me escuchó, en realidad.
Ya estaba como dándome la espalda y mirándome de reojo. Por más que intenté quedarme quieto sólo pude ver este ciervo unos segundos. En un par de saltitos desapareció bajando detrás de una loma en el terreno del bosque.
Lamenté la torpeza con la que me muevo y los ruidos que hago sin querer. A veces se pisa una rama que lleva el crack a través del bosque y me pierdo estos tesoros.
Tampoco es que logro quedarme mucho tiempo quieto. Ni siquiera cuando paro a tomar agua o comer algo, doy vueltas alrededor y busco ángulos y marcos para alguna foto. Algún día voy a aprender.
Hacia el norte, las paredes verticales del cerro dejaban ver, hacia abajo, los tonos azules, celestes y verdes del lago. Más lejos estaban los cerros del Cuyín Manzano.
En toda esta orquesta de paisajes y olores del bosque cada tanto desentonaba el zumbido de camiones que subía de la ruta 40.
Los primeros picos estuvieron a mi alcance después de 4 horas. Ojo, que subo haciendo los clips de video y sacando fotos. Con más foco en la caminata, seguro se llega en dos o tres horas.
Después de una subida intensa, al borde de una pared, asumí que se trataba del punto más alto al que se podía llegar. Los dos picos que veía un poco más abajo, hacia el este, tenían paredes muy lisas y verticales y atrás mío se levantaba otro pico más alto.
Almorcé como de costumbre, saltando de un sector a otro, con un sandwich en una mano y la cámara en la otra. Estaba reparado del viento y en cuanto asomé la cabeza al oeste descubrí una nueva cumbre que había estado ignorando.
Rápido, sosteniendo el sándwich en la boca, junté todo el equipo.
Encaré esa subida. Es el pico más occidental del cerro y tuve que rodearlo y subirlo trepando con la ayuda de las manos en la última parte.
Tuve dos sorpresas en la cumbre
Una pareja estaba también al reparo del viento tomando unos mates y disfrutando el paisaje.
La otra, fue descubrir los restos de algún alimento de cóndor, al sol, apestando todo el lugar. Todavía tengo el olor impregnado en la nariz.
Dejé a la pareja tranquila y me fui a otro rincón de la cumbre. Trato de ponerme en el lugar de otras personas que suben para tener su propio momento en el lugar.
No era un día ideal para observar algunos paisajes. Junto al viento, todo el horizonte estaba difuso por el humo de un incendio del lado de Chile. Así que había una cortina gris muy tenue que le quitaba contraste a las panorámicas.
De todas maneras, con el marco de las cumbres, los picos agudos, los precipicios, el lago abajo y tres cóndores circulando, las vistas cumplieron las expectativas.
El descenso resultó agotador. Si bien pude encontrar mejores huellas para seguir, por momentos la pendiente hizo que tenga que parar y descansar las rodillas.
Encontré nuevos balcones y vistas que se me habían escapado a la mañana y finalmente llegué a un arroyito donde pude recargar agua por primera vez en el día.
Cambié de nuevo algunas palabras cordiales con los dueños del lugar y llegué al fin al auto.
Por supuesto que desde ahí arriba observé otros destinos que se sumaron a mi lista de pendientes. El cerro Centinela y un paso a Cuyín Manzano se adivinaba entre los pliegues del norte.
En la península Huemul que sigue hacia el oeste se distinguen surcos de caminos vehiculares o alambrados de alguna propiedad privada.
Por las condiciones de acceso (y por cuidar el lugar en definitiva) lo mejor como siempre es el perfil bajo. No gritar, no dejar rastros y volver con toda la basura.